El Milagro

Desde la ciudad hasta aquel pueblito se tardaba más de medio día, y si te distraías parando en los pueblos de la zona y buscando comodidades que solo la gran urbe podía satisfacer podías llegar en varias noches... Hacía ya una luna que habían avisado a un médico de urgencia porque Paquita no lograba dar a luz a la criatura que esperaba, en los las aldeitas andinas de Perú nacías y dabas hijos, no había más, por eso Paquita estaba nerviosa, porque era primeriza y aunque ya tuviese quince no parecía del todo desarrollada como para traer a su hijo a la tierra. Estaba asustada, con su cara chamaquita, marcada por esa belleza que proporciona la vida de campo con la juventud y que en una etapa vital se fusionan para hacer a una persona radiante, sudando casi sangre por la frente y achinando aún más sus ojos indígenas por el dolor tan solo esperaba ver algo de vida.

Las mujeres del pueblo daban por perdido al hijo, y con el tiempo lo harían con la madre, algunos apostaban soles, por las lunas que le quedaban a la muchacha, pero Paquita no pensaba parar, y aunque cada vez perdía más sangre su corazón seguía bombeando con la misma fuerza...

Con los rayos de la tercera tarde después de que Paquita hubiese sentido dolores y su vientre se hubiese empezado agitar llegó el doctor, el panorama era terrible, desoladora la pobreza de aquel lugar y aquel momento que carecía de esperanza, el doctor de la ciudad se limito a mirar pensando que poco podía hacer y que el bebé estaba muerto y la madre lo estaría, pero de repente, de aquella maraña de sangre y sudor asomo una manita, y emitió una tácita caricia, entonces, el doctor que según Paquita era muy sabio dijo..."Toallas, y agua caliente"

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