Las Estrellas se Apagan


Hay suspiros que nacen y no son mecidos por una canción. Y miradas que crecen sin palabras que las vulneren. Una psicodelia repite confusa que, lo que no se quiere se olvida, lo que no se pierde se ama.
Y así la pianista mira los marfiles y encuentra caricias y tactos opacos que ella solo ríe, que ella solo llora. Le mira su profesora y se aturde creyendo en que su amor por la música que la declara virtuosa es por ella. Y así el amor se envicia y mientras la alumna es música la profesora la ve musa.
Sus dedos frágiles y robustos a la vez susurran al blanco y al negro palabras que nunca serán escuchadas por voces de otros. Mientras, la maestra imagina esa pericia rozando sus cabellos y sus piernas, ese fruto que tantos años lleva cultivando y que ahora se hace diosa. Y confunde, lo que es música, lo que es persona. Y con cada silencio que suena y que no es codiciado la profesora la ve más música y menos humana, más lejos, menos tangible… Su alma se hace cálida y fría, fuego y tormenta y no alcanza, ni roza, ni baila. Porque su alma no es como la de ella, sino que está atrapada en una tortuosa tela de araña.
Mientras la joven se hace hoja al viento, ola al agua y se siente cada vez más libre en un mundo ajeno al que vive. Las horas se convierten en días y los días en semanas y meses… Todo eso es su trabajo y su amor por la música, más poderoso que cualquier lazo terrenal, ella sentada en su taburete de piano es menos persona y más esencia que se hace humo y mengua jugando con el cielo.
De repente, algo pasa. Una caricia insospechada que no es fría sino cálida. Un aliento que roza su oreja con sutil delicadeza, que de una extraña forma rodea su semblante. Esgrime un grito que se pierde. La profesora ha mezclado sentimientos innatos. La profunda envidia, el deseo, el amor por la música y la joven… Todos se vuelven contra ella y le apuntan. La intenta besar y ella se aparta, tiene miedo. Entonces sus suspiros se mecen por una nana y llora. La música se apaga y se vicia. La lesbiana se queda desnuda y absorta, porque su alumna no siente nada por ella, sino por las melodías con las que se inmola y arde en deseo… Ahora se ve intrusa y la habitación se hiela. –Una sonata de Shumann destroza las cálidas telas donde se guardan los secretos- la contundencia de las notas se clava y recitan mentiras que se encaprichan de las suntuosas curvas de la muchacha.
No hay dos luces de luna si no una, ni suspiros que exhalados se pierdan, no hay fortuna con precio pero si precio sin tesoro. Hay una soga y un piano callado, hay un peso sobre la cuerda y unos cabellos plateados. También hay una niña muda, un cisne encarcelado y perturbado. Por delirios de besos que lanzados se clavan aún sin ser queridos. Por caricias que no son ni blancas ni negras y roces que poseen sutiles pálpitos de sangre. También hay una carta abierta y rota sobre un montón de basura. Pone algo sobre un concierto y un instrumento sin música y que necesita ser tocado, pero nunca jamás por ella, volverá a  ser recitado.

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