Lo Que Habitan las Paredes

La primera vez que Sophie oyó voces en su interior estaba sola. Sus delicadas piernas habían comenzado a cosquillear. Quería bailar algo lento. Puso en el gramófono una canción jazz que se empezaba a deslizar por sus dedos. De repente llegó aquella frase.

-Dream a little dream of me...
Lo que le aconteció le sucedió tan rápido a la tristísima Sophie que casi le pareció un desvanecimiento.
-Recoge las cosas del suelo furcia.- Chillaba su abuela Annya a su madre.

-¡Qué me oiga la U.R.S.S o el mismísimo Stalin! En esta casa no escondemos nada, ¿me oís?, claro que me escuchaís a través de los micrófonos, !claro que sí¡- Ese era su abuelo Boris maldiciendo una y otra vez.

No tardó en oír a su madre Irina tocando el piano que ahora estaba entrecerrado y cubierto de polvo. Vio sombras en la cocina. Oyó las manos golpeando el torso de la liviana pianista. Escuchó su viola gruñiendo. Su voz infantil de ocho años preguntando dónde estaba el abuelo Boris... ¡Escuchó tantas sandeces!, ¡tantas vejaciones que creía haber olvidado!

Escuchó el horror tendido entre las sombras, los suspiros que residuales quedaban después de haberse pasado una noche llorando. Escuchó el crujido de sus tripas y de sus huesos fríos clavados a los muelles del colchón.

No era una absurda paranoia. No eran los ataques de esquizofrenia que acabaron con su madre. Eran los fantasmas. !Sus fantasmas¡ Que todavía merodeaban por la casa y sentían.

El olfato de Sophie se agudizó hasta percibir el perfume de rosas al que siempre olían los cuartos. A la naftalina rancia sobre su armario. Aunque no hubiese qué comer, ese perfume siempre ahogaba los pulmones de todos. Aunque su madre hubiera enloquecido hasta el punto en el que olvidaba quién era y su padre se había alcoholizado hasta desconocer del momento del día en el que vivían ese maldito olor siempre estaba ahí, con las voces, los susurros, los gemidos precedidos por palizas y la quietud que otorgaba la oscuridad.

Sophie se encerró en el baño y llenó la bañera de agua caliente. El vapor comenzó a dibujar los corazones que ella de pequeña palpaba en el espejo, también mensajes hechos con letra infantil... Se sumergió en el agua y se mordió las muñecas muy fuerte para no gritar. Se pasó casi dos minutos sin respirar, el cerebro se le atusó y se convirtió en mareo y naúsea.  Y, cuando se apoyó sobre la bañera y el vapor empezó a dejar de brear su cuerpo sus nervios se destensaron y su mandíbula se despegó de sus muñecas en carne viva.
Entonces miró alrededor e hizo una pregunta de lo más extraña...



-¿Mamá?
-Tss cariño, no llores, papá se ha ido y aquí estoy yo para cuidarte.

(Mil Retratos para la Familia Afanasiev)

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