Las Ranuras de las Cabinas Tienen Hambre de Palabras

Sophie discutió nada más una vez con Sergéi. Lo hicieron de un modo muy brusco. Se chillaron mucho, él le dijo cosas muy feas, ella deseó no haberle elegido. Lo hicieron por la casa, por la manera con la que ésta suscitaba a Sophie a adentrarse en mundos paranoicos y pasados, cargados de pesadillas. La casa a veces enervaba a Sergéi, le hacía enfermar según él. Le pidió que se mudarán. Ella dijo que si se iba de aquel lugar perdería su música, porque parte de su esencia estaba confinada en el papel roído de las paredes y en los resortes de ébano que adornaban las esquinas de los cuartos.

Ella tenía una gira concertada por Centroeuropa que empezaba al día siguiente. Pensó que no podría ir. No sin la vitalidad que Sergéi le había robado tras la ardua disputa. Además tenía un concierto en el que ella era la solista. El de Bartók. -Difícil- Pensaba siempre que lo veía. Por esa personalidad tornasolada que poseía el compositor en sus obras. Por esa belleza escondida en montones de sonidos disacordes. Esa mezcla de folklores gitanos, húngaros, alemanes que se entrelazaban en su sinfín de melodías desacompasadas.-Difícil-Volvió a pensar, más sin la aprobación de su marido.

Cuando llegó a Budapest estaba destrozada. Esa misma noche tocaba en la ópera o la herida que quedaba de ella. Budapest había sido derruida. Pero guardaba la belleza característica de esas personas que siempre son majestuosas. Budapest era una mujer cristalina y siseante que había sido recubierta de polvo. Fluía lenta y delicada como su río el Danubio. Entre palacetes ennegrecidos por la metralla y jardines con descarados arbustos despelusados, Sophie arañaba el otoño. O el viento gélido de Octubre le arañaba a ella. Era una sensación que según Sophie solo con la música se podría describir.  El palacio de Buda igual que la mayoría de los puentes que convertían las dos ciudades en una yacían en ruinas. -Aún así siempre será el gran palacio de Buda, presidiendo la colina.- Dijo en voz baja. Después temió de la policía secreta que recorría las calles en busca de bulos y ataques contra el Estado.

Paseó al lado de la rivera del Danubio. Empapándose de su trémula humedad. Algunas gárgolas asomaban de las fachadas neoclásicas. De otras asomaban ojos, que buscaban pan para llevarse a la boca. Era un contraste bello, que conseguía palpar la línea trazada entre el dolor y el arte. Ahí se detenía la ciudad de piedra. Por las amplias avenidas revoloteaban hojas naranjas en busca de un invierno. Sophie empezó a enamorarse, a quedarse cautiva. También empezó a odiar la ciudad, por su capacidad para dejarla exhausta, para vaciarla y renovarla por otra Sophie que en nada se parecía a ella, tal y como hacía Sergéi. Alcanzo la línea púrpura que mezcla el dolor con la belleza y se convierte en melodía. Cuando tocó en la ópera, no sonó el espíritu atormentado de la Sophie que vivía cautiva en los recuerdos de una casa animada. Si no otra totalmente distinta, una que la hubiera convertido en la viola más importante de Rusia, de Europa  tal vez del mundo. El director lloraba mientras dirigía la orquesta, lo hacía con los ojos enrojecidos y somnolientos, temerosos de descargar una tormenta de emociones.

Cuando acabó salió sin despedirse y sin encontrarse con altos cargos, lo hizo rápidamente. Huyó entre las aristas de mármol para refugiarse por los bulevares de Pest. Llegó a una cabina de teléfono desde la que marcó el número de su casa. Los rublos helados se le deshacían en la mano mientras intentaba acertar por la ranura.
-Sergéi, ¿eres tú?
-Sí...-Respondió con tono pensativo.
-Si no viviésemos en nuestra casa, lo haríamos aquí, a la orilla del Danubio.
-¿Qué tal el concierto?
La línea se cortó porque a Sophie se le apuraron unas lágrimas en la garganta.
-Mejor que nunca cariño, he brillado gracias a la magia de Budapest.
-P..
Sophie le interrumpió porque conocía sus palabras, las preguntas que por dentro le mecían y dormitaban.
-Si viviésemos a la orilla del Danubio sería la mejor, en cambio si viviéramos aquí, yo olvidaría mi pasado y dejaría de ser quien soy.
-¿Crees que es lo correcto?
Se hizo un silencio que ninguno quiso acortar.
-No, pero estoy condenada. Te quiero.

Cortó la línea sin esperar respuestas que dolían, que obligaban a renunciar la vida que Sergéi siempre quiso, por una condena, que estaba dispuesta a asumir, sin que nadie se lo hubiese dictado.Nadie más que ella, con sus ansias de acabar con los fantasmas que desmenuzaban su futuro.

Se perdió en las brumas de la ciudad de piedra que a veces lloraba o sangraba pero siempre, con ese halo decadente, bello y artístico que respiraban los sentidos de la tristísima Sophie.





(Mil Retratos Para los Afanasiev)

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