Guerra de Mundos

Para todos los que hemos librado guerras... Y en lo más hondo de nuestro ser seguimos ganando y perdiendo batallas. Todos vosotros que no entendéis la violencia del mundo, que os supera y os deshace en una nube de polvo y dolor seco en el pecho. Os voy a contar una historia:

Hubo una vez, de pequeño, noches en las que pasaba un miedo terrible. Era tal el pavor que me causaba la oscuridad o los fantasmas que necesitaba que mi padre se quedase allí, sentado en el lecho hasta que me durmiese. En los largos ratos de vigilia le preguntaba si seguía despierto. Él me decía que sí, así, hasta que me dormía.

Y diréis, ¿qué tienen que ver las batallas con los sueños, con los miedos, con la infancia? ¿o los recuerdos con la violencia? Pues en el mundo de las guerras internas, las infinitas e inacabadas luchas que nuestro ser mantiene consigo mismo, nosotros crecemos. Luchar con uno mismo es difícil y arduo, es la combinación inexacta de sonidos y silencios, elemental en la razón humana y por supuesto doloroso.

Para todos los que ganamos batallas, para los que no amamos la sangre derramada ni la quietud en el pecho. Que una vez, vencidos, entendemos que la soledad es necesaria y en soledad vivimos. No os preocupéis por los que roban vida, cuando matan, que roban verdades cuando calumnian, o roban dignidad cuando humillan. No tratéis de entender. Porque el mundo de los cobardes no habla de valientes. Y en su mundo, en el que por miedo a luchar con uno mismo tienen que herir a los demás, no hay razones de entendimiento.

Perder dentro de la línea infinita de la vida no supone acabar. Cuando claudicas, cuando la vida se convierte en una opción y no en la opción, es cuando ya todo se vuelve finito, acabado. Entonces en un impulso de supervivencia la persona ataca a otra.

No voy a decir que el porvenir no me dé miedo, o que la muerte no me dé qué pensar, o simplemente el día a día. Pero frente a las pequeñas batallas, frente al temor hay algo que me hace sobrevivir, el coraje.

Y quería preguntarle algo a los ladrones de vidas, de dignidades o verdades, a las personas que me han hecho daño a lo largo de mi vida o a las que se lo han hecho a seres queridos míos sin ir más lejos. Tal vez la pregunta que formulaba a mi padre nunca se trató de averiguar se seguía despierto, a lo mejor solo hacía referencia a la soledad del ser humano. Y ahora pregunto, si tenéis que robar la integridad del prójimo, ¿cuán de grande es vuestro temor por la soledad del humano?

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